La jirafa y las estrellas del savana

La jirafa y las estrellas del savana
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En un rincón del vasto savana, donde los árboles de acacia parecían querer tocar el cielo, vivía una jirafa llamada Lucía. Su largo cuello no solo le permitía alcanzar las hojas tiernas de las copas, sino también observar el horizonte como nadie más podía. Mientras el sol se ocultaba, dibujando sombras danzantes en el suelo, Lucía alzaba su mirada hacia la vasta inmensidad del firmamento donde las estrellas comenzaban a titilar con sutil elegancia.

Una noche, mientras los demás animales del savana se acomodaban para dormir, Lucía sintió un susurro en el viento. Era un canto melodioso, el cual provenía de un pequeño grupo de luciérnagas que titilaban como destellos de esperanza. Intrigada, la jirafa se acercó y vio a las luciérnagas conversando sobre un deseo especial: «Queremos que la luna nos regale una estrella, para iluminar nuestros caminos en las noches oscuras».

Conmovida por su añoranza, Lucía, dotada de su nobleza, decidió ayudarles. «¿Por qué no la buscamos juntas?» sugirió. Las luciérnagas, sorprendidas por la valentía de la jirafa, aceptaron encantadas. Así, comenzaron una travesía mágica bajo el vasto cielo, recorriendo el savana con la mirada repleta de estrellas y el corazón de sueños.

Cada paso que daban estaba acompañado de risas y cuentos sobre el cielo. Lucía relató historias de su infancia, cuando el sol le enseñaba colores y formas, y las luciérnagas cantaban dibujando dibujos de luz. A medida que avanzaban, la luna resplandecía cada vez más, y las estrellas parecían danzar para ellas.

Cuando llegaron a un claro bañado en luz plateada, Lucía elevó su esbelto cuello y pidió a la luna que concediera el deseo de las luciérnagas. La luna, con su voz suave como el murmullo del río, respondió: «Todo deseo sincero florece en el momento menos esperado». En ese instante, una estrella de luz brillante se desprendió del cielo y descendió suavemente, aterrizando en las patitas de las luciérnagas.

Las pequeñas criaturas, emocionadas, comenzaron a girar en círculos, llenando el aire de luces danzantes. «¡Ahora, nuestra estrella nos guiará!», exclamaron colmadas de alegría. Lucía, a su vez, sonrió, porque entendía que no solo habían encontrado una estrella, sino también una amistad especial.

Desde aquella noche, el savana no volvió a parecer el mismo. Lucía y las luciérnagas se convirtieron en inseparables. Cada anochecer, las luciérnagas seguían a Lucía, iluminando su camino con la estrella en su pecho, mientras ella, en los altos árboles, compartía sus historias sobre el mundo que estaba por encima de ellos. Y así, entre risas, luces y sueños, formaron una constelación única en el vasto savana, recordando siempre que la verdadera luz brota del corazón, iluminando incluso las noches más oscuras.



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