La abejita traviesa

La abejita traviesa

En un rincón vibrante del jardín de doña Clara, la abejita traviesa, que respondía al nombre de Lila, zumbaba con una energía desbordante. A diferencia de sus compañeras, que se afanaban en recolectar néctar y elaborar poesía en su dulce miel, Lila siempre encontraba un motivo para escaparse de las filas ordenadas de la colmena.

Una mañana de primavera, cuando las flores despertaban a la vida con suaves aromas, Lila decidió que era el momento ideal para una aventura. Desde el alto roble que se alzaba como centinela del jardín, divisó una flor peculiar, diferente a todas. Era un girasol gigante, que giraba como un pequeño sol, sus pétalos dorados brillaban al mediodía, y parecía llamarla como si guardara un secreto en su interior.

Moviéndose velozmente, Lila dejó atrás el bullicio de la colmena y, en un abrir y cerrar de ojos, aterrizó suavemente sobre la flor. Pero lo que la abejita no sabía era que el girasol pertenecía a Ramón, un viejo caracol que era el guardián de las flores del jardín.

Cuando Lila se posó, Ramón la miró con sus ojos bien abiertos y dijo: “Hola, pequeña abeja, ¿qué te trae a mi hogar?”. La abejita, emocionada por la conversación, respondió: “Busco aventuras, Ramón. Quiero descubrir lugares donde nunca he estado y disfrutar de sabores que aún no he probado”.

El caracol, curvo y tranquilo, sonrió con sabiduría. “Si deseas aventuras, debes visitar el estanque cristalino que está al final del jardín. Ahí aprenderás sobre la música del agua y los secretos de los sapos soñadores”.

Contenta con la idea, Lila zumbó en señal de agradecimiento y partió hacia el estanque. Mientras tanto, Ramón, que amaba las historias, decidió seguirla a su paso lento, narrando relatos sobre las maravillas del jardín. “Pero ten cuidado”, advirtió. “No todos los lugares son tan amistosos como lo parecen”.

Cuando llegaron al estanque, Lila se vio envuelta en un espectáculo de colores: libélulas danzando, ranas cantando a coro y pececitos que jugaban al escondite entre las sombras. Fascinada, la abejita revoloteó entre los elementos, olvidando por un momento su deber en la colmena.

De repente, una sombra se cernió sobre el estanque; era Fernando, el halcón, que bajaba veloz como una flecha. “¡Abeja traviesa!”, gritó con voz potente. “¿De verdad crees que puedes jugar aquí sin consecuencias?”

Pero en lugar de asustarse, Lila, con su inocencia desbordante, le respondió: “Solo estoy explorando y disfrutando de lo que la vida ofrece, amigo halcón. ¿Quizás tú también deberías unirte a nosotros?”

Fernando, sorprendido por la valentía de la pequeña abeja, se detuvo a escuchar. Las carcajadas de las ranas y el canto de las libélulas resonaban en sus oídos como un canto de sirena. Con un giro inesperado, decidió volar en círculos sobre el estanque, dejando caer un rayo de luz que hizo brillar aún más las aguas.

Así, los tres, Lila, Ramón y Fernando, crearon un encuentro mágico. Juntos compartieron historias, risas y exploraciones, enriqueciendo sus corazones con sus diversas perspectivas. Lila había aprendido que las verdaderas aventuras se encuentran, no solo en el vuelo entre flores, sino en la amistad y la conexión con los demás.

Cuando se acercaba la tarde, Lila sabía que debía regresar a su colmena. No regresó sola, sino acompañada de Ramón y con una nueva amistad en su corazón, y así, en lugar de ser solo una abejita traviesa, se convirtió en Lila, la aventurera, siempre lista para explorar un nuevo día.



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