La estrella que susurraba

La estrella que susurraba

En un rincón olvidado del universo, donde las nebulosas se entrelazan como hilos de seda, existía una estrella singular llamada Lira. A diferencia de sus hermanas, Lira no proyectaba solo luz; también susurraba secretos que danzaban hacia el infinito. Su canto se enredaba en la brisa cósmica, despertando la curiosidad de quienes navegaban entre constelaciones.

En la Tierra, en una pequeña aldea de Galicia, vivía Javier, un joven soñador cuyo corazón latía al ritmo de los astros. Desde su ventana, cada noche contemplaba Lira, maravillándose ante su fulgor y oyendo los ecos tintineantes de sus murmullos. Un día, mientras recolectaba flores silvestres, Javier escuchó claramente un susurro que le llamaba por su nombre.

“Javier…” resonaba la voz, envolviendo su mente en un manto de luz. Intrigado, siguió aquel canto, guiado por una fuerza irresistible, hasta que se encontró en la cima de una colina, donde el cielo parecía abrazar la tierra. Al alzar la vista, vio cómo la estrella centelleaba con mayor intensidad. “¡Ven!” urgía su luz, como un faro perdido en la inmensidad.

Sin pensarlo, Javier extendió los brazos y pidió permiso para acercarse. En un instante, un rayo de luz lo envolvió, elevándolo hacia el espacio. Cuando se sintió flotar entre las estrellas, Lira se transformó en una brillante esfera de energía que pulsaba con un ritmo propio.

“Baja tu mirada, Javier,” susurró la estrella, y él obedeció. Allí, entre las vastas ondulaciones del cosmos, vislumbró un planetario de colores vibrantes y formas curiosas, un lugar donde cada ser contaba su historia en un idioma desconocido, pero hermoso. Era un mundo que anhelaba la conexión contigo, donde la música de su esencia resonaba en un sinfín de tonalidades.

“Soy Lira, y hoy te Elijo”, pronunció la estrella. “Contigo, quiero compartir mis secretos y las vibraciones de las almas que viven en este rincón del universo.” Con cada palabra, Javier sintió cómo su corazón se entrelazaba con cada melodía que surgía de aquel lugar. Cuestionado por su audacia, le preguntó: “¿Quiénes son?”

“Son los eco-escribas de la existencia. Cuerpos de luz que narran la historia de lo que somos a través de cuentos vivientes.” Ante sus ojos, Javier vio a seres luminosos que danzaban, plasmando imágenes en el aire: historias de pequeños planetas, de seres que sonríen a pesar de las sombras, y del amor que trasciende las distancias.

Imbuido por la belleza de aquel espectáculo, decidió que se convertiría en un portador de esas historias. Javier extendió su mano hacia Lira, y en un abrazo de luz estelar, adquirió el don de los relatos. Así, cada vez que regresaba a su hogar, llevaba consigo el conocimiento de los mundos que había explorado.

Las noches en su aldea se llenaron de vida. Los vecinos se reunían alrededor de la fogata mientras él relataba historias llenas de aventuras y magia, donde las estrellas no eran solo puntos de luz, sino compañeros de viaje. Lira, cada vez que iluminaba el cielo, parecía sonreírle desde el vasto universo.

Y aunque Javier nunca volvió a ser el mismo, nunca le hizo falta. Porque en su pecho, los susurros de la estrella vivían thro de un torrente renovador, conectando su alma con el infinito y recordándole que todos los seres formamos parte de una misma danza, un mismo relato estelar.



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