El portal a la dimensión paralela

El portal a la dimensión paralela
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En el pequeño pueblo de Villaverde, donde el tiempo parecía haber olvidado su rumbo, vivía una joven llamada Sofía. Su espíritu aventurero y su insaciable curiosidad la llevaban a explorar cada rincón de su casa antigua, herencia de su bisabuela. Una tarde, mientras revisaba un viejo baúl polvoriento, descubrió un mapa desgastado que prometía llevar a quien lo poseyera a un portal olvidado. El corazón le dio un vuelco. ¿Quién sabía qué secretos aguardaban al otro lado?

Con la luz del atardecer filtrándose a través de las ventanas, Sofía, armada con su linterna y una determinación inquebrantable, siguió las enigmáticas marcas en el mapa. Éstas la condujeron a un claro en el bosque adyacente al pueblo, donde un gran roble con troncos nudosos parecía observarla. En su base, encontró una hendidura, como un umbral entre su mundo y otro distante.

Apoyando la mano en el gnarled bark, una vibración recorrió su cuerpo. Sin pensarlo dos veces, cruzó la hendidura y fue engullida por una luz resplandeciente.

Cuando los destellos se desvanecieron, Sofía se encontró en un mundo de colores saturados y formas imposibles. Las montañas danzaban en el horizonte, y ríos de cristal fluían con destellos de arcoíris. El cielo, un lienzo en permanente ebullición, estaba poblado de criaturas voladoras cuya belleza desafiaba toda lógica.

Pronto se encontró con Lúcio, un ser de resplandor perlado que parecía conocerla, aunque nunca se habían cruzado. “Bienvenida, viajera”, dijo con una voz melodiosa, “has llegado a la Contradimensión, un lugar donde la esencia de los sueños se materializa.” Sofía sintió un cosquilleo en su pecho; la posibilidad de vivir sus fantasías más cautivadoras estaba a su alcance.

Durante lo que pareció ser una eternidad, exploraron montañas que susurraban secretos, y valles donde las flores entonaban melodías. Sofía soñaba con volar, y Lúcio la llevó a una cima, donde las aves de colores vibrantes se unieron a ella, elevándola entre las nubes. Aquel instante era pura libertad.

Sin embargo, un día, mientras navegaban el océano de luces que representaba el tiempo, Sofía notó con tristeza que las líneas de su propia vida se desvanecían. Las visiones de su familia, de su hogar, se esfumaban como humo entre sus dedos. “¿Qué sucede?” preguntó, sintiendo el pavor en su pecho.

“En este mundo, los sueños que abrazas pueden consumir tu esencia si no les pones límites”, respondió Lúcio, su voz imbuida de preocupación. “Debes regresar antes de que la realidad se convierta en un eco lejano.”

Sofía miró su alrededor. Había explorado lo inimaginable, pero la idea de perder su hogar le desgarraba el alma. Con un último suspiro de desilusión, decidió que ya había vivido lo suficiente. Juntos, se dirigieron nuevamente hacia el portal, donde el viejo roble la aguardaba, silencioso y lleno de sabiduría.

Al cruzar el umbral, el aire en su pecho se volvió más denso, y Sofía sintió cómo el eco de sus años se reinstalaba en ella. Regresó a Villaverde, con un corazón rebosante de experiencias, pero con un nuevo desafío por enfrentar: construir sus sueños en su propia realidad.

Desde entonces, cada mañana, mientras el sol acariciaba su rostro, Sofía se sentó en su jardín y dibujó estrellas en el aire. Comprendió que la verdadera aventura no residía en escapar a otra dimensión, sino en transformar cada día en un portal hacia lo extraordinario, donde los sueños y el amor pudieran entrelazarse en una sinfonía de sorpresas y posibilidades infinitas.



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