La ballena y el delfín cantor

La ballena y el delfín cantor

En las azules profundidades del océano, donde el sol danzaba en la superficie y los corales pintaban paisajes subacuáticos, vivía una ballena de noble corazón llamada Valeria. Su enorme cuerpo, tan vasto como el cielo, se deslizaba con elegancia por los abismos marinos. Cuanto más profunda era su travesía, más se llenaba de ecos antiguos, melodías olvidadas que resonaban en su memoria.

Un día, mientras Valeria nadaba entre las corrientes cálidas del mar, escuchó un canto suave y melodioso emergiendo desde un rincón cercano. Intrigada, se acercó y vio a un delfín pequeño y ágil, cuyo nombre era Lucho. Tenía un tono claro como el cristal y un espíritu juguetón que iluminaba las aguas. Lucho, dotado de un don especial, llenaba el océano con notas que hacían bailar a las estrellas bajo el agua.

“¿Quién canta tan bellamente?” preguntó Valeria, su voz retumbando como un tambor antiguo.

“Soy yo, Lucho”, respondió el delfín con una sonrisa. “Canto para alegrar a los peces y a las criaturas del mar que anhelan melodías.”

Valeria sonrió, sintiendo cómo la música de Lucho resonaba en lo más profundo de su ser. “Tus canciones son una caricia para el alma. ¿Podrías enseñarme a cantar?”

Lucho, sorprendido, no pudo contener su risa. “¡Pero eres una ballena tan grande! ¿Qué tipo de música podría salir de ti?”

Sin embargo, la curiosidad de Valeria brillaba como el oro. “Tal vez hay una canción oculta en mi pecho, esperando ser liberada. Quiero compartir la belleza del canto contigo y con el océano.”

Así, comenzó la lección. Lucho le mostró cómo jugar con las burbujas, cómo agitar el agua y cómo enarbolar las notas con un giro y un salto. Valeria, aunque a veces desafinaba, movía su inmensa aleta con alegría, creando acordes que reverberaban por las aguas. Los peces se detuvieron a escuchar, y pronto, todos los habitantes del océano se unieron a esa sinfonía inesperada.

Los días se convirtieron en semanas, y la amistad entre Valeria y Lucho se fortalecía con cada acorde. Valeria comenzó a descubrir su propio tono, profundo y resonante, como un eco de las profundidades. Juntos, formaban un dúo inusual y mágico, creando melodías que contaban historias de aventuras y sueños perdidos.

Una tarde, mientras el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, un antiguo pez linterna, que había vivido por siglos, se acercó, portando en sus ojos el conocimiento del tiempo. “He viajado por las colonias de coral y oído susurros de la corriente,” dijo con voz melódica. “He venido a decir que sus cantos son más que música; son un faro de esperanza en los corazones de aquellos que viven sumidos en la tristeza.”

Con cada nota que resonaba, valientes criaturas del océano se unieron a ellos, desde las pequeñas estrellas de mar que danzaban con luz propia hasta los majestuosos caballitos de mar que se movían al ritmo suave de la canción. Valeria y Lucho habían unido a todos en una celebración inesperada, donde cada uno encontraba su propia voz.

Y así, entre ecos de risas y melodías que acariciaban las olas, Valeria comprendió que la música, más allá de un simple arte, era un hilo que unía a cada ser marino, revelando la belleza de ser diferente. Juntos, la ballena y el delfín cantor tejieron una sinfonía que vibraba en todo el océano, cultivando la amistad y la alegría en cada rincón del vasto mar.



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