El perro que aprendió a hacer magia

El perro que aprendió a hacer magia
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En un pequeño pueblo de Andalucía, donde las callejuelas empedradas parecían contar historias al viento, vivía un perro llamado Chispa. Tenía un pelaje dorado, que brillaba al sol como si llevara consigo un trocito de la luz del día. A Chispa le encantaba correr tras las mariposas y jugar con los niños, pero sobre todo, adoraba observar a la anciana doña Rita, una artista de la cartomancia y la magia antigua que solía sentarse en su terraza todos los sábados por la mañana.

Doña Rita era famosa en el pueblo por su habilidad para leer el futuro en las cartas y realizar trucos de magia que dejaban a todos boquiabiertos. Chispa, con su curiosidad perruna, se sentaba a sus pies, hipnotizado, mientras ella sacaba pañuelos de colores y hacía desaparecer monedas. Con el tiempo, comenzó a entender que había un secreto detrás de aquellos actos fulgurantes, algo que deseaba inmensamente descubrir.

Una mañana, cuando el rocío aún brillaba en las hojas y el sol comenzaba a desperezarse, la anciana fue llamada a la plaza del pueblo para realizar una feria de magia. Chispa, sin pensar, la siguió corriendo alegremente, con la lengua fuera y el corazón latiendo con fuerza. Al llegar, vio una multitud reunida ansiosa, y su deseo de asombrar a la gente creció como un volcán a punto de erupcionar.

Inspirado por los trucos de doña Rita, Chispa decidió que aprendería magia a su manera. Comenzó practicando en el jardín, usando su hocico para mover pequeños objetos, como su bola favorita y ladrillos de madera, intentando reproducir los efectos que tanto admiraba. Las horas pasaban entre saltos y juegos, y aunque los resultados eran caóticos —a veces una flor aparecía donde antes había un zapato—, el entusiasmo de Chispa nunca flaqueaba.

Pasaron semanas y, ante la incredulidad de su entorno, el perro fue ganando fama en el barrio. Un día, mientras todos en la plaza abandonaban la función de magia de doña Rita, decidió que era el momento de mostrar su nuevo desafío. Subió a la mesa donde la anciana había estado actuando y, con un profundo suspiro de determinación, comenzó su espectáculo.

Los presentes se rieron al principio, pensando que era sólo un impetuoso perro juguetón. Pero mientras movía sus patas y hacía girar su cola, sucedieron cosas mágicas. Las flores brotaron del suelo en destellos de colores, las mariposas danzaron a su alrededor, y finalmente, un pequeño conejo blanco apareció de la nada, saltando entre las risas y aplausos de los asistentes.

Chispa había comprendido, sin necesidad de palabras, que la magia no residía en trucos complejos, sino en el amor y la alegría que despertaba en los corazones. La plaza se llenó de sonrisas y aplausos, y doña Rita, con lágrimas de orgullo en los ojos, se unió al clamor popular celebrando el mágico talento de su amigo peludo.

Desde aquel día, Chispa se convirtió en el perro mágico del pueblo. No solo realizó trucos que hacían florecer la primavera, sino que, con cada salto, cada giro y cada pequeño acto, recordaba a todos que la verdadera magia reside en los momentos compartidos y en la risa de quienes amamos.



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