El niño y su amigo extraterrestre

El niño y su amigo extraterrestre
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En una noche serena y estrellada, en un pequeño pueblo de la costa de España, un niño llamado Lucas se encontraba tumbado en su cama, con la mirada perdida en el infinito abismo de la ventana. Las estrellas danzaban en un vaivén armonioso, y su curiosidad era un río que fluía sin cesar. Desde siempre, Lucas había soñado con aventuras más allá de la Tierra, pero nada le había preparado para la mágica noche que estaba a punto de vivir.

De repente, un chispazo de luz iluminó su habitación. Lucas se incorporó con el corazón tamborileando en su pecho. La luminosidad adquirió forma, y ante él apareció un ser de un azul profundo, sus ojos eran dos luceros que reflejaban la sabiduría de mil galaxias. El extraterrestre, que se presentaba como Xelkar, expresó su deseo de conocer el mundo de Lucas, y a cambio, ofreció llevarlo a su hogar en el vasto universo.

Sin una pizca de duda, Lucas aceptó la invitación. En un instante, se encontró flotando en el aire, rodeado de un torbellino de colores brillantes. Las paredes de su habitación se disolvieron como azúcar en agua, y juntos atravesaron un umbral intergaláctico que los transportó a un mundo donde los árboles danzaban al ritmo de una melodía inaudible y los ríos eran de un líquido iridiscente.

Xelkar le mostró a Lucas maravillas inimaginables: criaturas que se comunicaban a través de luces, montañas que susurraban secretos antiguos y océanos que reflejaban el alma de sus habitantes. En cada rincón, la magia era una constante, y Lucas se sentía cada vez más parte de aquel universo fascinante.

Un día, mientras exploraban una ciudad flotante que desafiaba la gravedad, Lucas observó a niños de Xelkar jugando con esferas de energía lumínica. El extraterrestre, viendo la alegría en los ojos de su amigo terrestre, decidió que era momento de regalarle una esfera. “Con esta energía podrás llevar un pedacito de mi mundo a tu hogar”, dijo Xelkar con una sonrisa que iluminó aún más su rostro azul.

Después de días llenos de aventuras, la hora de regresar a casa llegó. Con la esfera en la mano, Lucas sintió una mezcla de tristeza y gratitud. Xelkar le explicó que la amistad no se mide por la distancia, pues siempre que uno de ellos pensara en el otro, la esfera vibraría, uniendo sus corazones a través del cosmos.

Al despertar en su cama, Lucas miró la esfera. Era un caleidoscopio de luz que prometía aventuras futuras. En cada resplandor, sentía la presencia de Xelkar, su amigo de otro mundo. Desde aquel día, mientras la vida seguía su curso, Lucas jamás dejó de mirar al cielo, sabiendo que, en algún lugar entre las estrellas, su amigo esperaba nuevas historias por contar.



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