El misterio de la estación espacial abandonada

El misterio de la estación espacial abandonada

Una eclíptica de estrellas brillaba en el vasto lienzo del espacio, pero la atención de la nave Espíritu estaba fija en un punto en particular: la estación espacial Horizon, un coloso de metal y sombra que flotaba deshabitado entre los restos de un antiguo sueño de exploración. Fueron años de esfuerzo humano y visionaria esperanza, hasta que, repentinamente, su señal se extinguió, y la historia la relegó al olvido.

El capitán Mateo Aranda, un explorador curtido en mil batallas celestiales, se encontraba al mando de la misión de rescate. Junto a él, la ingeniera Valeria Ortiz, de mirada inquisitiva, y el joven astrobiólogo Freddy Alvarado, cuya pasión por lo desconocido lo llevaba a surcar los cielos en busca de respuesta. Su objetivo era claro: desentrañar el misterio de la Horizon.

Al atracar, una sinfonía de metálico silencio les dio la bienvenida. La puerta de la estación se abrió, como un candado que se rendía a la curiosidad. Con su linterna de pulsos azules iluminando el camino, Mateo lideró el grupo. A medida que cruzaban los corredores, la decadencia de aquel lugar se hacía evidente; la piel metálica de la estación había sido corroída por el tiempo y la falta de vida.

No obstante, bajo la aparente soledad, algo pulsaba. En la sala de control, pantallas parpadeaban como ojos de un animal dormido. En uno de los monitores, una transmisión distorsionada se hizo audible, y la voz de un hombre, quebrada por el eco del pasado, resonó: “El ciclo no debe completarse…”. Las palabras se entrelazaban con los murmullos de un viento inexistente.

Valeria se acercó a los consolas, su corazón latía al unísono con el misterioso mensaje. “¿Qué ciclo?”, murmuró. Sin previo aviso, una figura emergió de las sombras, un ser humanoide en uniforme metálico, con un rostro que parecía esculpido en la oscuridad. “Soy Samuel”, se presentó, “y estoy atrapado aquí desde que el tiempo se detuvo.”

El grupo retrocedió, asustado, pero la curiosidad pronto superó al miedo. Samuel había estado en una misión experimental sobre el tiempo y el espacio, un experimento fallido que había encerrado sus recuerdos en un bucle, atrapándolo en un presente eterno. Él les explicó cómo los cálculos precisos habían fallado y cómo el destino de la Horizon había quedado sellado en un eterno reinicio.

Mateo, con la mirada llena de determinación, pronunció: “Podemos ayudarte”. Valeria y Freddy se pusieron a trabajar juntos con angustia y entusiasmo. Eran tres almas entrelazadas por la desesperanza y la búsqueda de libertad. La experiencia de Valeria y la intuición de Freddy fueron cruciales para descifrar los códigos que permitieron romper el ciclo.

Mientras se gestaba la liberación, el aire se volvió elocuente, los colores del universo comenzaron a vibrar y Samuel miraba la pantalla con una mezcla de miedo y esperanza. Finalmente, un brillo estalló en la habitación, y en un instante que pareció eternidad, el tiempo se reconfiguró. La estación giró en el espacio como un girasol buscando la luz.

Con un estallido de energía, Samuel se desvaneció, pero no antes de dejar unos destellos de lo que había sido, recuerdos de risas y sueños, imágenes que impregnaron la pantalla con un verdor vivo. “Nunca estaré lejos”, susurró su voz, resonando como un eco en la memoria de Mateo, Valeria y Freddy.

La Horizon resurgió, vibrante y nueva, con una promesa de aventuras aún no soñadas. Con sus corazones a rebosar, los tres decidieron no solo regresar a su mundo, sino explorar el vasto universo. No solo los misterios de la Horizon, sino también aquellos que aún dormían en los confines galácticos. Unidos por un propósito, se adentraron, ahora como exploradores de lo desconocido, adelante, donde otros nunca se atreverían a mirar.



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