La manzana verde y la manzana roja

La manzana verde y la manzana roja
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En un rincón del bosque de Melodía, donde los arbolitos cantaban al viento y las mariposas danzaban al ritmo de las flores, crecían dos manzanas muy especiales. Una era de un vibrante color verde esmeralda, llamada Verdecia, y la otra, de un rojo intenso, huevo de dragón, se llamaba Rojanza. Ambas colgaban de la misma rama, pero tenían personalidades tan diferentes como el sol y la luna.

Verdecia era alegre y reluciente. Le encantaba reír y contar chistes a los pájaros que venían a visitarla. «¿Por qué la gallina cruzó la carretera?», preguntaba con picardía. «¡Para llegar al lado más fructífero!», respondía entre risas. Siempre tenía un chiste bajo la piel, una chispa que iluminaba el día.

Por otro lado, Rojanza era un poco más reservada, pero poseía una sabiduría infinita. A menudo pensaba en las cosas del mundo y en los sueños que susurraban los vientos. “La vida es un árbol con muchos caminos”, decía, mientras miraba el horizonte, intentando desentrañar los misterios de cada hoja que caía.

Un día, cuando el sol brillaba más que nunca, Verdecia tuvo una idea. “Rojanza, ¿qué te parece si organizamos una fiesta para los amigos del bosque? Podríamos hacer algo divertido y especial.” Rojanza, aunque un poco dudosa, aceptó. “Está bien, pero hagamos algo único. Necesitamos un tema que combine nuestra esencia.”

Y así, con mucho entusiasmo, comenzaron a preparar la fiesta. Verdecia decoró el aire con risas, globos de colores y canciones, mientras Rojanza preparó juegos que hacían pensar y reflexionar. “Podemos tener una carrera de obstáculos y también un rincón de cuentos”, sugirió. Verdecia estuvo de acuerdo, emocionada, pues en su mente imaginaba unos cuentos de risa interminables.

El día de la fiesta llegó y, para sorpresa de las dos manzanas, todo el bosque se llenó de animales. Conejos, ardillas, pájaros de todo tipo y hasta el viejo búho se unieron. La alegría de Verdecia contagió a todos con juegos y risas, mientras que Rojanza condujo a los amigos en un viaje de historias fascinantes, donde cada uno compartía un sueño.

Con cada risa, lo que parecía imposible se hacía posible. Aquella mezcla de alegría y sabiduría permitió que los animales no solo se divirtieran, sino que también se conocieran mejor. Al caer la tarde, el cielo se pintó de naranjas y violetas, y todos se sentaron en círculo, agradeciendo a las manzanas por aquella maravillosa jornada.

Atónitas, Verdecia y Rojanza se miraron. “Nunca había visto a todos tan felices juntos”, comentó Verdecia, su brillo resplandecía con intensidad. Rojanza sonrió y dijo: “Quizás siempre hemos sido diferentes, pero juntos hemos creado algo mágico. A veces, lo que parece opuesto se complementa de una manera que no imaginamos.”

Desde aquel día, Verdecia y Rojanza aprendieron que, aunque eran distintas, su amistad era un regalo precioso que traía felicidad al bosque. Y así, todos los días siguieron creando nuevas fiestas, historias y risas al unísono, descubriendo que en la variedad estaba la verdadera belleza de la amistad.



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