La princesa y el caballero del lago

La princesa y el caballero del lago

En un reino lejano, donde las olas del mar susurraban secretos a las estrellas, vivía una princesa llamada Eliana. De piel de durazno y ojos que reflejaban la luz de mil amaneceres, Eliana pasaba los días soñando a la sombra de un antiguo sauce que se erguía junto a un lago de aguas cristalinas. Su corazón anhelaba aventuras, pero la realidad la mantenía presa en su palacio dorado.

Cierto día, mientras contemplaba el espejo del cielo en el lago, una figura emergió de sus profundidades. Era un caballero, cuya armadura relucía a la luz del sol como el agua que lo abrazaba. Se llamaba Raúl, y su voz era como el murmullo de una brisa suave que acaricia las hojas. Había llegado de un mundo oculto, donde los ríos cantan y los bosques respiran sueños. En sus ojos oscuros había una chispa de misterio, y en su sonrisa, la promesa de lo desconocido.

Las mañanas se tornaron en tardes, y las tardes en noches, mientras Eliana y Raúl se encontraban a la orilla del lago. Hablaban de las estrellas, de las constelaciones que dibujaban el destino y de aventuras que aguardaban más allá del horizonte. Entre risas y confidencias, su amor florecía como los lirios que adornaban la orilla.

Sin embargo, un secreto pesaba sobre Raúl, un encantamiento que lo mantenía como guardián del lago. Cada luna llena, debía regresar a las profundidades, donde lo aguardaba un oscuro destino. La noche de la última luna llena, Eliana sintió la angustia en el aire y, con el corazón latiendo como un tambor de guerra, se dirigió al lago. Allí estaba Raúl, con el dolor reflejado en su mirada.

– No puedo quedarme – le dijo él, la voz quebrada por lágrimas no derramadas. – Mi vida pertenece a las aguas. No hay lugar para mí en la orilla de la tierra.

Pero Eliana, con una determinación nacida del amor, le tomó la mano. En su toque, sintió la calidez de un hogar. Con un espíritu valiente, le habló de un hechizo que los dos podían conjurar, uno que había sido legado por los antiguos. Un murmuro de amor tan puro que podía romper las cadenas del destino.

– Vamos, Raúl – lo instó, mientras el viento se alzaba y el lago temblaba a su alrededor. – Juntos, somos más fuertes que cualquier conjuro.

Con ese aliento, ambos unieron sus voces en un canto, uno que resonaba a lo largo de las aguas, envolviendo todo en un abrazo sonoro. La luna brilló intensamente y, como si el universo entero escuchara su llamado, las aguas del lago comenzaron a danzar, iluminando el camino hacia la libertad.

De repente, el hechizo estalló en un destello luminoso, y el lago se transformó en un espejo donde reflejaban no solo sus rostros, sino también su amor, tan profundo como el océano. Raúl sintió cómo las cadenas se rompían, y el destino que había temido se evaporó como niebla al amanecer.

Cuando la última nota se desvaneció, Eliana y Raúl se encontraron, no como princesa y guardián, sino como dos almas entrelazadas. Sin regreso, sin ataduras, caminaron juntos hacia el bosque, donde los árboles los abrazaban en su viaje, y la vida se desplegaba como un lienzo respetuoso con las historias que aún debían vivir.



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