La oveja y el lobo que quería ser bueno

La oveja y el lobo que quería ser bueno

En un rincón olvidado del bosque, donde los susurros del viento danzaban entre las hojas, vivía un lobo llamado León. No era un lobo cualquiera, sino uno que soñaba, cada noche, con un mundo donde la bondad floreciera como las flores silvestres de primavera. Sin embargo, su ferocidad era un estigma que lo mantenía lejos de la armonía que anhelaba.

Un día, mientras paseaba por la ladera de la montaña, León encontró una pradera iluminada por un sol radiante. En medio de ella, una oveja llamada Blanca disfrutaba del frescor de la hierba. Su lana brilla en la luz del sol como un copo de nieve. León sintió un impulso inesperado de acercarse, no con ferocidad, sino con deseo de amistad.

– ¡Hola! – llamó León, tratando de suavizar su voz, pero temblando de nerviosismo. – Soy León. No quiero hacerte daño.

Blanca levantó la mirada, un destello de desconfianza cruzó sus ojos. Había oído muchas historias sobre lobos, y no todas eran agradables.

– ¿Por qué un lobo querría hablarme? – preguntó Blanca, con cautela.

León respiró profundo, recordando que las palabras pueden ser más poderosas que los colmillos afilados.

– Quiero ser bueno – respondió él con sinceridad en sus ojos amarillos. – Pero no sé cómo. ¿Te gustaría ayudarme?

Blanca, sorprendida, consideró la propuesta. La bondad del lobo resonaba en su corazón como un eco suave.

– De acuerdo, pero debes prometerme que no usarás tus dientes para asustar a nadie. La bondad comienza con el respeto. – dijo la oveja, acercándose un poco.

León sintió un calor en su pecho. Así, comenzaron su inusual amistad. Cada día, Blanca le enseñaba pequeñas lecciones sobre la vida en la pradera. Aprendió a cuidar del rebaño, reconocer el peligro, y, sobre todo, a reír y jugar. Se volvió un lobo que buscaba la belleza en lo simple.

Un día, mientras patinaban sobre el rocío de la mañana, escucharon un llanto. Era una pequeña ardilla llamada Lía, atrapada en una red de espinas.

– ¡Ayuda! – gritó la ardilla, temblando de miedo.

León sintió un impulso, un deseo jamás antes experimentado. Corrió hacia Lía, sus movimientos eran ágiles y protectores. Con su hocico, cuidadosamente despejó las espinas sin hacerle daño.

– ¡Gracias, León! – chirrió Lía, abrazando al lobo con su suave pelaje.

Los animales, cada vez más cerca, miraban a León con renovada sorpresa. Una mariposa, que había estado observando desde una flor, revoloteó a su alrededor.

– ¿Quién diría que un lobo podría ser tan gentil? – murmuró con admiración.

Y así, en las noches despejadas, el bosque se llenó de historias sobre León, el lobo que quería ser bueno. La pradera se transformó en un refugio donde todos coexistían: ovejas, ardillas y hasta lechuzas, unidas por la magia de la bondad.

León comprendió que no necesitaba dejar de ser un lobo, solo aprender a ser un lobo amable. Y cada vez que el sol se ocultaba, su corazón brillaba con el calor de la amistad, esa que no espera nada a cambio, sino que simplemente existe, como el aire que todos respiramos.



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