La niña que le gustaba esconderse detrás de las cortinas

La niña que le gustaba esconderse detrás de las cortinas

En un pequeño pueblo rodeado de montañas de dulces colores, vivía una niña llamada Lucía. Tenía un cabello rizado que parecía bailar al compás de sus risas y unos ojos que reflejaban la curiosidad infinita del mundo. Pero había algo peculiar en ella: le encantaba esconderse detrás de las cortinas de su hogar, unas cortinas de un fresco azul celeste que parecían guardar secretos.

Cada vez que su madre, doña Clara, llamaba a la cena, Lucía buscaba un rincón especial entre las telas suaves y lujosas. Durante un tiempo, se volvió un juego entre ellas. Lucía se escabullía detrás, y su madre intentaba encontrarla. La casa estallaba en risas y juegos, mientras la niña se sumergía en su mundo mágico.

Un día, mientras se ocultaba bajo el suave abrigo de las cortinas, escuchó un susurro. Era un suave murmullo, como el viento que acaricia las hojas. “¡Ayuda!” decía la voz. Lucía, intrigada, asomó la cabeza, y allí, escondido tras las cortinas, encontró a un pequeño duende llamado Pip. Su gorro era de un verde intenso y sus ojos brillaban como estrellas perdidas.

—¡Por favor, no digas nada! —exclamó Pip—. Me escapé del jardín de la señora Marisol, y ahora tengo que volver antes que anochezca.

Lucía no podía creer lo que veían sus ojos. Decidió ayudar al pequeño duende. Juntas, trazaron un plan: salir de la casa sin ser vistas. Abrieron la puerta con sumo cuidado y se adentraron en el jardín, donde las flores danzaban al ritmo de la brisa.

Pip guió a Lucía hasta el corazón del jardín, donde un hermoso árbol de manzanas doradas se alzaba como un guardián. Allí, descubrían que había una pequeña puerta entre las raíces, cubierta por hojas brillantes.

—Esta es la entrada a mi hogar —dijo Pip, con los ojos llenos de emoción—. ¡Gracias por ayudarme!

Lucía se despidió de su nuevo amigo con una sonrisa, sabiendo que su valentía había creado un lazo especial. Cuando regresó a casa, doña Clara la abrazó con ternura, y Lucía se dio cuenta de que, a veces, lo más maravilloso ocurre justo detrás de un simple par de cortinas.

Desde aquél día, Lucía siguió escondiéndose detrás de las cortinas, pero esta vez, cada vez que escuchaba el suave susurro de la brisa, sabía que la magia del mundo estaba siempre al acecho, lista para ser descubierta. Y quien sabe, quizás un día un pequeño duende la visitaría de nuevo.



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