La nave estelar y el portal del tiempo

La nave estelar y el portal del tiempo

En un rincón olvidado del universo, donde las estrellas danzaban en brillantes acuarelas de luz, navegaba la Estrella Errante, una nave estelar construida por la joven ingeniera Camila. Su tripulación, un grupo heterogéneo de soñadores y aventureros, incluía a Leonel, el astrobiólogo, cuya pasión por las criaturas galácticas conocía pocas fronteras, y a Mara, la filósofa del tiempo, que creía firmemente que el pasado y el futuro eran simples cortinas de un teatro cósmico.

Una noche sin luna, mientras la Estrella Errante surcaba la nebulosa de Orígenes, un destello inusitado iluminó su puente de mando. Al acercarse, descubrieron un portal giratorio de vibrantes colores, un umbral hacia lo desconocido. Las suposiciones de Mara resonaron en la oscuridad: “Un portal del tiempo. ¿Qué sucede si cruzamos?”

Camila, cautelosa pero intrigada, decidió activar los sistemas de navegación para evaluar la posibilidad de atravesarlo. Con un leve murmullo, el corazón mecánico de la nave comenzó a latir en sintonía con las corrientes temporales. Leonel, emocionado, no podía dejar de imaginar las especies fascinantes que podría encontrar en un viaje a través de la historia.

Con un tirón que desafió la gravedad, la Estrella Errante se lanzó a través del resplandor del portal. Un torbellino de colores y sonidos envolvió a la tripulación, y al otro lado, el horizonte se abrió como un paracaídas, revelando un paisaje deslumbrante.

Se encontraron en un mundo donde dinosaurios vagaban libremente bajo cielos morados, y los árboles susurraban secretos ancestrales. Sin embargo, no eran solo testigos; el portal había cambiado sus destinos. Cada uno adquirió habilidades singulares: Camila podía comunicarse con la flora, Leonel tenía el poder de entender a las criaturas, y Mara podía vislumbrar fragmentos de tiempos antiguos y futuros.

Decidieron explorar, pero la armonía del lugar fue interrumpida por un clamor distante. Se acercaron a una tribu de seres diminutos, que los miraban con ojos deslumbrados. La tribu había perdido su conexión con el ciclo vital de su hogar. Sin el abrazo del tiempo, sus seres queridos se desvanecían en sombras.

Utilizando sus nuevos dones, Camila recreó el equilibrio perdido, uniendo corazones y raíces. Con el tiempo, las criaturas comenzaron a florecer nuevamente. Leonel, tocando a un pequeño dinosaurio, despertó en él la memoria de tiempos olvidados; y Mara, en una danza temporal, tejió un puente de entendimiento entre el pasado y el presente.

Los pequeños seres, agradecidos, ofrecieron un don a cada miembro de la tripulación: un cristal que contenía un fragmento de su esencia. “Llévenlo con ustedes”, dijeron sus voces melodiosas. “Nunca olviden que el tiempo es solo un hilo de un tapiz infinito.”

Con un corazón lleno de gratitud y un nuevo sentido de propósito, los tres amigos regresaron a la Estrella Errante. Al cruzar el portal de regreso, el viaje había transformado no solo sus habilidades, sino su visión del universo. Mientras la nave surcaba por los cielos estrellados, su tripulación comprendió que la verdadera aventura no era solo explorar las estrellas, sino también conectar con la esencia de cada rincón del tiempo y el espacio.

Y así, saboreando el eco de sus risas, la Estrella Errante continuó su camino por el cosmos, con tres corazones latiendo al unísono, abriendo portales no solo en el tiempo, sino en la interminable historia de la vida misma.



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