La luna y el búho sabio

La luna y el búho sabio

En un rincón del bosque encantado, donde los susurros de las hojas acompañaban al canto de las estrellas, habitaba un búho llamado Ramón. Ramón era un búho sabio, sus plumas brillaban como el dorado de la tarde y sus ojos, grandes como platillos, reflejaban la luz de la luna. Cada noche, cuando la oscuridad abrazaba la tierra, él se posaba en la rama más alta del viejo roble y esperaba la visita de su amiga, la Luna.

La Luna, redonda y plateada, descendía con suavidad desde su trono celeste. Le gustaba iluminar el bosque con su luz suave y tranquila, y encontrar a Ramón era su momento más especial. Aquella noche, la brisa soplaba con dulzura, como un susurro cálido, y la Luna se asomó, ansiosa de hablar con su amigo.

– ¡Ramón! – exclamó la Luna, brillando más que nunca –. He oído que los niños de la aldea están llenos de miedo por un monstruo que habita en las sombras. Quiero ayudarlos a dormir tranquilos. ¿Tienes alguna idea?

Ramón, con su voz profunda y pausada, respondió:

– Querida Luna, el miedo nace de la oscuridad y la incertidumbre. Si les mostramos la belleza de la noche, quizás podamos ahuyentar sus temores.

Así, idearon un plan. Ramón voló hacia la aldea, mientras la Luna lo iluminaba con su luz plateada. Al llegar, se posó en la ventana de un niño llamado Mateo, que temía a las criaturas de la noche. Con su sabiduría, Ramón empezó a contar historias mágicas.

– Escucha, pequeño – dijo Ramón –. ¿Sabes que la noche es solo un manto que encierra maravillas? Hay estrellas que cantan al caer, y luciérnagas que danzan como hadas en la oscuridad. Y los árboles, mira cómo tiemblan de alegría cuando la brisa juega con sus hojas.

Mateo, con su corazón palpitando de curiosidad, dejó a un lado su miedo. Escuchaba con atención mientras Ramón desnudaba los secretos de la noche. A medida que el búho narraba, la Luna se colaba por la ventana, dándole un brillo mágico al cuarto del niño.

– No hay monstruo, solo sombras que esconden historias por contar – concluyó Ramón, su voz suave como un arrullo. – Y si miras bien, verás que todo es solo luz y sombra danzando juntos.

Mateo sonrió, sintiendo cómo el miedo se disipaba como si fuera bruma al amanecer. Miró por la ventana y vio a la Luna reluciendo, más hermosa que nunca.

– ¡Gracias, Ramón! – murmuró el niño, con los ojos llenos de sueños. – Quiero soñar con las estrellas y las luciérnagas.

El búho, satisfecho, se despidió y voló de regreso a su árbol. La Luna lo aguardaba, radiante de felicidad.

– ¡Has hecho un gran trabajo, amigo! – dijo ella con ternura. – Gracias a ti, la noche será un refugio de sueños y no de miedos.

Desde esa noche, cada niño de la aldea aprendió a mirar al cielo sin temor, dejando que sus sueños se llenaran de estrellas y magia. Y en el corazón del bosque encantado, la amistad entre la Luna y el búho sabio continuó brillando eternamente, llenando de paz el mundo que habitaban.



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