La flor que susurraba te quiero

La flor que susurraba te quiero

En un pequeño pueblo anidado entre colinas verdes y ríos susurrantes, había un jardín que florecía con una belleza imposiblemente vibrante. Allí, una flor especial, de pétalos carmesí y corazón dorado, brotaba con la luz del alba. Su nombre era Rosaura, y no solo destacaba por su esplendor, sino también por el secreto que guardaba: podía susurrar te quiero.

Luis, un joven artista de alma inquieta y corazón soñador, pasaba horas frente a la flor, preguntándose cómo era posible que un ser tan pequeño albergase una promesa tan grande. Desde la primera vez que la vio, sintió que su vida carecía de sentido hasta el momento en que se cruzaron sus miradas, aunque él no lo sabía aún. Cada amanecer, se acercaba y escuchaba su suave murmullo, un eco de ternura que lo envolvía, mientras su pincel danzaba en el lienzo, intentando capturar la esencia de aquel amor inquebrantable que parecía emanar de Rosaura.

Una tarde de verano, mientras el sol dorado despedía sus rayos, Clara, la chica de ojos brillantes y risa contagiosa, se detuvo a admirar el jardín. Su presencia era como un destello de luz en la penumbra de la rutina diaria. Al ver a Luis pintando, sintió una curiosidad irrefrenable. Acercándose con delicadeza, se asomó por encima de su hombro y su corazón dio un vuelco al notar cómo el joven sonreía, ajeno a la realidad a su alrededor.

Los días transcurrieron y Clara, atrapada por el embrujo de aquella flor y el arte de Luis, comenzó a frecuentar el jardín. Ambos se sumergían en conversaciones que se deslizaban entre risas y complicidades, y, mientras Rosaura seguía susurrando te quiero, un amor florecía entre ellos, suave y brillante como su perfume.

Una tarde, Luis, decidido a confesar sus sentimientos, llevó a Clara frente a Rosaura. Con un temblor en la voz y el corazón latiendo con fuerza, le dijo: “Siento que en cada pétalo de esta flor está guardado un secreto. Nunca he sentido algo así”. Clara, con el brillo de sus ojos iluminados por la emoción, respondió: “¿Y si este jardín es solo el principio? Nos ha unido y quizás siempre ha sido así”.

Al día siguiente, Luis se despertó con la idea de inmortalizar aquel amor en su primera obra maestra. Pasó horas en su taller, olvidándose del tiempo, hasta que, al caer la noche, una pintura resplandeciente brotó del lienzo: la imagen de Rosaura, de Clara y de él, entrelazados por la luz de un atardecer. En su rostro, Clara sonreía, mientras que Rosaura, orgullosa, parecía inclinarse en reverencia hacia ellos.

Aquella noche, Luis se sintió embriagado por una felicidad nueva. Al despertar, decidió presentarle la obra a Clara. Cuando ella llegó al jardín, sus ojos se encontraron con la pintura, y en un susurro casi reverencial, exclamó: “Esto es más que un simple cuadro, es nuestra historia grabada en el tiempo”.

Y entonces, por primera vez, ambos se acercaron a Rosaura. Él tomó la mano de Clara, ella se sonrojó al sentir su calidez, y juntos, se inclinaron hacia la flor. En ese instante, Rosaura susurró un último te quiero, con un eco para los siglos venideros, abrazando el amor que había florecido en su jardín. Soñaron con una vida llena de aventuras, pintando juntos su propia historia, ya sin necesidad de más palabras, pues el amor había encontrado su voz en el rincón más improbable del mundo.



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