La fiesta de las estrellas danzantes

La fiesta de las estrellas danzantes

Érase una vez, en un pueblito encantado llamado Valle de Luz, donde cada noche el cielo se engalanaba con un manto de estrellas titilantes. En este lugar vivía una niña de sonrisa radiante llamada Sofía, que soñaba con tocar las estrellas y hacerlas bailar al compás de su risa.

Una tarde, mientras peinaba sus trenzas doradas bajo un gran árbol de sueños, Sofía escuchó un susurro suave. “Ven, ven a la colina de la Sierra Brillante, allí celebraremos la fiesta de las estrellas danzantes.” Era el viejo Lúcido, un búho sabio que había viajado por mil cielos.

Emocionada, Sofía corrió a su casa, recogió su vestido de lunas y sus zapatitos de sol, y partió hacia la colina. Al llegar, encontró un mágico claro iluminado por un brillo plateado. Las estrellas, conscientes de su presencia, comenzaron a descender en un juego de luces esplendorosas.

Cada estrella tenía una personalidad distinta: Estela, la más juguetona, se reía y giraba como un torbellino; Lumín, el más tímido, parpadeaba con dulzura, y Centella, la más audaz, hacía piruetas sorprendentes. Juntas formaban una danza que llenaba el aire de melodías etéreas.

Sofía, encantada, comenzó a girar y a saltar. Las estrellas, intrigadas por la alegría de la niña, se acercaron a ella. “Baila con nosotras, Sofía,” dijeron al unísono, sus voces eran como música de campanas.

Y así, la fiesta comenzó. La niña y las estrellas danzaron bajo el cielo estrellado, creando un arcoiris de luces en la noche oscura. Los árboles se unieron con sus ramas en suaves movimientos, y las luciérnagas lucían como pequeñas joyas danzantes al ritmo de la celebración.

Cuando el reloj de la luna marcó la hora de la despedida, las estrellas se acercaron a Sofía. “Querida amiga, cada vez que mires al cielo, recordaremos este baile,” dijo Estela. “Y si deseas que la alegría nunca se apague, solo debes cerrar los ojos y recordar esta noche.”

Con el corazón desbordante de felicidad, Sofía prometió que nunca olvidaría a sus amigas brillantes. Con un giro de colores, las estrellas volvieron a su hogar celestial, dejando a Sofía con una luz en su alma que nunca extinguiría.

Desde entonces, cada noche, Sofía miraba al cielo y sonreía, porque sabía que, aunque las estrellas habían partido, la fiesta de las estrellas danzantes continuaría en cada uno de sus sueños.



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