La cueva de los deseos

La cueva de los deseos
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En un rincón oculto del bosque de Pino Verde, donde los árboles se abrazaban con sus ramas y los pájaros susurraban melodías, existía una cueva mágica conocida solo por algunos. Aquella cueva, de rocío brillante y paredes relucientes, guardaba un secreto inmenso: la posibilidad de hacer un deseo. Sin embargo, no era una cueva cualquiera: cada deseo debía ser puro de corazón y noble de intención.

Un día, dos amigos inseparables, Valentina y Tomás, decidieron explorar el bosque. Valentina, con su cabellera rizada y risa contagiosa, siempre había sentido una curiosidad especial por lo desconocido. Tomás, un niño aventurero que llevaba consigo su sombrero de explorador y una mochila repleta de dulces, la siguió con entusiasmo.

Mientras caminaban, el sol se ocultaba detrás de las montañas y una suave brisa les acariciaba las mejillas. De pronto, entre los arbustos, vislumbraron la entrada de la cueva. Primeramente, sintieron un aire de misterio, pero la curiosidad fue más fuerte. Al entrar, un resplandor dorado iluminó la estancia, y en el centro, una piedra brillante emitía un suave resplandece.

– ¡Mira, Tomás! – exclamó Valentina – ¡Es la Piedra de los Deseos!

Tomás, emocionado, se acercó, pero antes de tocarla, recordó las historias que su abuela le contaba sobre la responsabilidad de los deseos.

– ¿Qué deseamos? – preguntó, con un brillo en sus ojos. – No podemos hacerlo al azar.

Valentina pensó un momento, su mente navegando por los sueños de los niños: – Deseo que todos los niños del mundo tengan siempre un amigo a su lado.

Tomás sonrió, asintiendo. Esa era una misión digna para dos amigos. Juntos, colocaron sus manos sobre la piedra y pronunciaron en voz alta el deseo. En un instante, un torrente de luz los rodeó, y el eco del bosque pareció resonar con risas infantiles.

Cuando la luz se desvaneció, salieron de la cueva sintiéndose diferentes, como si una nueva energía recorriera sus cuerpos. Mientras se dirigían de regreso a casa, notaron algo mágico en el aire: todos los niños que encontraban en su camino lucían sonrisas radiante, ya que cada uno había encontrado un amigo especial aquel día.

Por siempre, Valentina y Tomás supieron que los deseos pueden cambiar el mundo, siempre y cuando provengan del amor y la amistad. Y así, con cada encuentro, el bosque de Pino Verde se llenó de risas y alegría, un regalo donde los deseos se volvieron realidad, y la felicidad se multiplicó como en un eco interminable.



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