La canción de la rana y el grillo

La canción de la rana y el grillo

En el rincón de un lago escondido, donde las estrellas parpadeaban con un brillo especial, vivía una rana llamada Renata. Su piel verde resplandecía como esmeraldas bajo la luz de la luna, y cada atardecer, ella se sentaba en una hoja grande y plana, pensando en los sueños que la llevaban a mundos lejanos.

Una noche, mientras el viento susurraba secretos entre los juncos, un grillo llamado Gregorio hizo su aparición en la orilla. Su canto era una melodía chispeante que se mezclaba con el murmullo del agua. Renata, intrigada por esa música, decidió acercarse.

– Buenas noches, grillo – dijo ella con dulzura, mientras el rocío acariciaba las hojas alrededor.

– Buenas noches, bella rana – respondió Gregorio, posándose en una roca. – ¿Te gustaría escuchar una canción? He estado trabajando en una melodía que espero te haga sonreír.

Renata, con sus ojos brillantes como dos luceros, asintió entusiasmada. Gregorio iluminó la noche con su canto. La música daba vida a cada sombra, convirtiendo las sombras en danzas. Renata se sintió libre, flotando en una mezcla de notas que llenaban el aire de magia.

– ¡Qué hermosa es tu canción! – exclamó Renata. – Pero, ¿no te gustaría que tu melodía tuviera un acompañamiento?

– No tengo voz para cantar – contestó Gregorio, un poco triste.

– ¡Oh, qué tontería! – dijo ella con una risita. – Solo debes encontrar la melodía que vive en ti. Ven, ¡cantemos juntos!

Aquel grillo se sintió valiente. Cerró los ojos y dejó que su corazón hablara. Los sonidos brotaron de él como un arrollo claro y fresco, mientras Renata le devolvía la armonía con un croar suave. Así, un dúo inesperado comenzó a tejerse entre luces de luna y sombras danzantes.

Cada noche, el grillo y la rana se encontraban, creando una sinfonía única que llenaba de alegría a las criaturas del lago. Los peces se asomaban curiosos y las luciérnagas parpadeaban al ritmo de su música. La canción de la rana y el grillo se hizo un eco de risas y sueños, y pronto se corrió la voz de su belleza.

Pero, un día, Renata le dijo a Gregorio:

– Siento que debemos compartir esta canción con el mundo. ¡Deberíamos ir a la pradera!

Y así lo hicieron. Con cada salto de Renata y cada nota de Gregorio, llegaron a la vasta pradera, donde las flores bailaban al viento y el horizonte parecía infinito. Con valentía, comenzaron a cantar. La melodía, dulce y vibrante, atravesó campos y montañas, llamando a criaturas de todas partes.

Pronto, un grupo de mariposas coloridas, intrigadas por esa música mágica, se unió a ellos, aleteando y girando en un espectáculo de colores. Al escucharlos, hasta las estrellas bajaron a escuchar, titilando de alegría. El cielo y la tierra parecieron unir sus voces en una explosión de colores y risas.

Desde aquel día, la canción de la rana y el grillo se convirtió en el himno de la noche. Siempre que caía el sol, Renata y Gregorio se encontraban en el lago, rodeados de amigos, cantando juntos en la serenidad del mundo. Y, mientras cada nota resonaba, invocaban los sueños que llenaban las noches de aquellos que se dejaban llevar por el compás de su música.

Así, la luna y las estrellas vigilaban, atentas, arrullando a todos los seres que, con el dulce eco de la canción, se entregaban al profundo abrazo del sueño.



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