La aventura nocturna de Tim y su linterna

La aventura nocturna de Tim y su linterna

En un pequeño pueblo donde las estrellas danzaban en la noche como mariposas doradas, vivía un niño llamado Tim. Era un soñador, de esos que construyen castillos de nubes en sus pensamientos y que creen que cada sombra podría esconder un misterio. Una noche, mientras el viento susurraba secretos entre los árboles, Tim descubrió su linterna antigua, resguardada en un rincón polvoriento de la abuela.

Tim la limpió con sus manos ansiosas y, al encenderla, un brillo cálido iluminó su habitación, proyectando sombras danzantes que parecían contar historias olvidadas. Con un susurro de emoción, decidió que esa misma noche, su linterna lo guiaría a una aventura. Al abrir la puerta de su casa, el mundo nocturno se desplegó ante él como un libro abierto.

Asomándose al jardín, la luna le sonrió, y los pequeños grillos empezaron a cantar un canto de bienvenida. Tim apuntó su linterna hacia el camino del bosque, y como si las criaturas de la noche lo sintieran, una ardillita curiosa salió de su escondite, guiándolo con su movimiento ágil. “¡Sígueme!”, parecía decir con su rabillo inquieto.

Así, entre risas y brisas, Tim y su nueva amiga exploraron los senderos ocultos. Las hojas murmuraban historias acerca de hadas traviesas que pintaban flores de colores y de luciérnagas que contaban noches en el cielo. La linterna brillaba intensamente, revelando flores nocturnas que solo se atrevían a florecer bajo el manto de la luna.

De repente, Tim se encontró ante un claro, donde un arroyo susurrante dibujaba espejos sobre las piedras. Allí, entre risas y salpicaduras, los sapos organizaban una fiesta bajo el agua, saltando y croando melodías que hacían vibrar el aire. Tim, cautivado, se unió al jolgorio, danzando junto a ellos al compás del agua.

Al poco, una suave voz se elevó desde la orilla, era la sabia tortuga que había estado contemplando la velada. “Pequeño soñador, cada luz tiene su historia. La linterna que llevas no solo ilumina el camino, sino que también guarda los sueños de aquellos que la han portado”, dijo con ternura.

Tim miró la linterna con nuevos ojos y comprendió que, aunque la noche pudiera parecer oscura, siempre habría luz donde uno decidiera buscarla. Tras una última vuelta de baile, el reloj del pueblo sonó, marcando la hora de regresar. Con una sonrisa dibujada en su rostro, se despidió de sus amigos y se dejó guiar por la cálida luz de su linterna.

Al llegar a casa, mientras guardaba la linterna, Tim sintió en su corazón el eco de esa mágica aventura y, con un susurro, se prometió jamás dejar de soñar. Y así, cuando se acomodó entre las sábanas, el brillo de su linterna aún danzaba en las paredes, haciéndole compañía hasta que los ojos se le cerraron al ritmo de los suaves susurros de la noche.



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