Era una noche de verano en un pequeño pueblo llamado Calma, donde la luna resplandecía en el cielo como un faro plateado. Bajo su luz suave, una niña llamada Luna soñaba con visitar el reino de las estrellas. Con sus ojos brillantes, imaginaba prados de luz y árboles que danzaban al son de melodías celestiales.
Una noche, cuando la brisa acariciaba su rostro, Luna notó un destello especial. Era una estrella fugaz, más brillante que mil luceros. Con un deseo sincero y un corazón valiente, Luna cerró los ojos y pronunció su anhelo: «Quiero conocer el reino de las estrellas».
De repente, una suave brisa la envolvió y, como si la luna misma la abrazara, Luna comenzó a levantarse del suelo. Ascendió, ascendió, hasta que el suelo de Calma se volvió un recuerdo lejano y comenzó a flotar entre las nubes.
Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar mágico lleno de estrellas danzantes. Susurros de risas y chispas de luz llenaban el aire. Las estrellas, con sus rostros jubilantes, danzaban alrededor de ella, vestidas con destellos de colores. Una de ellas, llamada Estrellita, se acercó y le dijo: “¡Bienvenida, Luna! Aquí, en nuestro reino, todo es posible.”
Emocionada, Luna llevó a Estrellita de la mano y juntas se deslizaron por senderos de luz. Viajaron a un bosque donde las estrellas jugaban a esconderse entre los árboles de neblina. Allí, conocieron a un búho llamado Sabio, quien les contaba historias antiguas del universo. Luna quedó fascinada por las aventuras de los astros y la maravilla de sus historias.
Luego, Estrellita la condujo a un estanque de aguas cristalinas que reflejaban las constelaciones. “Los deseos más puros pueden cobrar vida aquí”, explicó Estrellita. Luna, emocionada, lanzó una piedra al agua y deseó ver lo que su corazón anhelaba. En un instante, el estanque cobró vida, mostrando a su familia y amigos del pueblo, quienes miraban al cielo, esperando su regreso.
El tiempo pasó volando entre risas y juegos, pero Luna sabía que debía regresar. La luna ya comenzaba a descender en el horizonte. Estrellita, al ver su tristeza, le regaló una estrella brillante. “Llévala contigo, Luna. Será un recordatorio de nuestra amistad y de que siempre puedes volver cuando el cielo sea tu hogar.”
Con un apretón de manos y promesas de encuentros futuros, Luna flotó de nuevo hacia su hogar. Al llegar, se dio cuenta de que había pasado solo un par de horas, pero en su corazón, llevaba toda una vida de aventuras. A partir de entonces, cada vez que miraba al cielo nocturno, sabía que Estrellita la observaba desde su reino; la estrella brillante en su ventana era su guiño, un símbolo de amistas eterna y oportunidades por descubrir.