El tren mágico de medianoche

El tren mágico de medianoche
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En un pequeño pueblo llamado Valle de Luz, donde las sombras se alargaban al caer la noche y las estrellas danzaban en el cielo, había una tradición que fascinaba a los niños: la llegada del tren mágico de medianoche. Cada 24 de diciembre, justo cuando el reloj marcaba la medianoche, un tren resplandeciente emergía de la bruma nocturna, con luces de colores brillantes y un silbido encantador que llenaba el aire.

Esta noche no era diferente. Joaquín, un niño de diez años con ojos de miel y una curiosidad inagotable, se encontraba en su ventana, esperando impaciente. De pronto, un destello dorado atrajo su atención. Allí estaba, el tren mágico, brillante como un sueño. Sin pensarlo, se vistió rápidamente y salió de casa.

El tren se detuvo justo delante de él, y la puerta se abrió con un suave susurro. “¡Bienvenido, pequeño soñador!” dijo una voz prospectada como un canto. Era la conductora, la señora Estrella, con un vestido de luces y una sonrisa que iluminaba la oscuridad.

“¿Te gustaría unirte a nosotros en un viaje mágico?” Joaquín no lo dudó; subió a bordo y encontró su lugar junto a Sofía, una niña de rizos dorados que brillaban bajo la luz del tren. “He escuchado que visitaremos el jardín de los deseos”, murmuró ella, con los ojos llenos de emoción.

El tren comenzó a moverse, chasqueando suavemente, mientras atravesaban paisajes que desafiaban la lógica. Se aventuraron sobre nubes esponjosas y ríos de estrellas, y en cada parada, los pasajeros podían desear lo que más anhelaban. Joaquín, inspirado por su propia valentía, pidió poder ayudar a otros con su magia.

Cuando arribaron al jardín de los deseos, un lugar donde los árboles susurraban secretos y las flores reían con melodías, Joaquín y Sofía se encontraron con criaturas fantásticas: hadas ayudando a pájaros heridos, duendes reparando juguetes rotos, y un unicornio que ofrecía su cuerno para curar lágrimas perdidas.

Con el poder de su deseo, Joaquín se unió a las criaturas, creando un puente de alegría entre los corazones de los que necesitaban ayuda. Sofía lo miraba asombrada, reconociendo en él algo más que un amigo; era un verdadero héroe. Juntos, recogieron sonrisas y esperanzas, sembrando amor en cada rincón del jardín.

Finalmente, el tren mágico sonó su silbato, anunciando el momento de regresar. Pero en lugar de tristeza, una risa suave llenó el aire. “Nuestros deseos siempre vivirán en nuestros corazones”, dijo la señora Estrella, mientras el tren los envolvía en su luz cálida.

Al llegar al pueblo, Joaquín sintió un peso ligero en su pecho. Aplaudió junto a Sofía mientras el tren se desvanecía en la niebla. Sabía que había viajado a un lugar donde los sueños podían hacerse realidad, y se prometió a sí mismo ser valiente para siempre. Se despidieron con una sonrisa, y cada uno regresó a casa, donde la tranquilidad de la noche y el arrullo de la luna los cobijaron en un sueño dulce y profundo.



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