El tesoro del bosque encantado

El tesoro del bosque encantado
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Érase una vez, en un rincón mágico de un vasto continente, un bosque tan antiguo que su susurro era un idioma propio. Entre altos árboles de troncos retorcidos y hojas brillantes como esmeraldas, vivía una niña llamada Valeria, de ojos curiosos y risa contagiosa. Ella pasaba sus días explorando cada rincón del bosque, descubriendo maravillas ocultas tras cada arbusto y debajo de cada piedra.

Cierta mañana, mientras el sol dibujaba sombras danzantes sobre el suelo cubierto de musgo, Valeria escuchó un canto melodioso que flotaba en el aire como un dulce aroma. Siguiendo la música, llegó a un claro donde encontró a un pequeño duende llamado Lino, con un gorro rojo y una sonrisa traviesa.

—Hola, Valeria —dijo Lino, moviendo su varita de colores—. He estado esperándote. Hoy es un día especial. En el corazón del bosque, se dice que está escondido un tesoro, pero solo aquellos con un corazón valiente y puro pueden encontrarlo.

Intrigada, Valeria preguntó:

—¿Cómo puedo encontrar el tesoro?

Lino la miró con complicidad y explicó:

—Deberás resolver tres pruebas: una que te enseñará a escuchar, otra a compartir y la última a soñar. ¿Estás lista?

Valeria asintió con determinación. La primera prueba la llevó a un arroyo donde las piedras susurraban secretos del pasado. Debía escuchar atentamente cada palabra. Tras un rato de concentración, comprendió que el verdadero tesoro eran las historias que los árboles contaban y los sueños que llevaban.

Para la segunda prueba, Valeria se encontró con un grupo de liebres con mucha hambre. Usando el bocadillo que llevaba, compartió su merienda con los animales. Ellos, agradecidos, formaron una cadena que le mostró el camino hacia un antiguo roble, donde en su tronco estaba grabado un mapa.

La última prueba la llevó a la colina más alta del bosque, donde las nubes jugueteaban con el viento. Allí, Valeria cerró los ojos y soñó con el gran tesoro: un mundo lleno de amigos, colores y risas. De repente, los colores del cielo comenzaron a brillar con intensidad, y de entre las nubes surgió una cascada de luces que iluminó el bosque entero.

Al abrir los ojos, Valeria se dio cuenta de que el tesoro no eran oro ni joyas, sino la magia del bosque, la amistad de Lino y la nueva comprensión de su propio corazón. El bosque encantado se llenó de felicidad y los animales comenzaron a danzar a su alrededor, celebrando la nueva guardiana del lugar.

Así, Valeria y Lino decidieron hacer del bosque su hogar. Juntos, crearon un espacio donde todos los seres del bosque podían reunirse, contar historias y celebrar la belleza de la amistad. Y en cada rincón, el eco del canto mágico seguía resonando, recordando a todos que el verdadero tesoro está en lo que llevamos dentro.

Desde entonces, el bosque encantado no volvió a ser solitario, y Valeria nunca dejó de explorar, porque ¿quién sabe qué maravillas podrían ocultarse en su interior?



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