El sueño de Juan

El sueño de Juan
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En un pequeño pueblo bañado por la luz dorada del ocaso, vivía un niño llamado Juan. Juan tenía la mirada curiosa de quien sueña despierto y el corazón inquieto de quien ansía aventuras. Cada noche, cuando el sol se ocultaba tras las colinas, se acurrucaba entre las suaves mantas de su cama, dejando que los susurros del viento lo guiaran hacia el país de los sueños.

Esa noche, mientras la luna sonreía con su rostro plateado, Juan cerró los ojos y dejó que su mente volara. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un bosque de árboles altos cuyas hojas brillaban como esmeraldas. El aire estaba impregnado del dulce aroma de las flores y el canto alegre de los pájaros creaba una melodía suave que arropaba su espíritu.

Juan se encontró con una ardilla llamada Lila, que poseía una cola tan suave como el terciopelo y un brillo travieso en los ojos. «¡Hola, Juan!», dijo Lila, «ven, está a punto de comenzar la Gran Fiesta de las Estrellas. Sólo aquellos que creen en los sueños pueden asistir.»

Intrigado, Juan siguió a Lila por senderos tapizados de pétalos multicolores. Recorría el bosque, admirando cómo las estrellas comenzaron a descender del cielo, danzando con gracia entre las ramas. Todos los animales del bosque se agrupaban en un claro, resaltando sus colores, muchos más vivos que en la luz del día. Había zorros que lucían capas de oro, ciervos con cuernos de cristal y mariposas que llevaban el cielo en sus alas.

La música llenaba el aire, sus notas chisporroteaban como fuegos artificiales y el suelo vibraba al compás de una danza interminable. Juan riendo, se unió a ellos, dando saltos y giros, sintiendo la libertad en cada movimiento. Nunca había sido tan feliz.

En medio de la celebración, Juan vio a una anciana, débil y frágil, con ojos que reflejaban el brillo de la luna. Ella observaba con nostalgia la fiesta desde la sombra de un árbol. Juan, con el corazón compasivo, se acercó y le preguntó: «¿Por qué no bailas?»

La anciana suspiró y dijo: «He olvidado cómo soñar. Mis alas se han enredado en la rutina de la vida». Sin dudar, Juan tomó su mano y la condujo hacia el centro del claro, donde la música resonaba con fuerza. «Sueña conmigo», le dijo, mientras los dos se unían al estruendo de la danza.

En un instante mágico, el alma de la anciana se iluminó. Las estrellas, al ver esto, comenzaron a rodar por el cielo, formando constelaciones que danzaban en honor a su amistad. Juan y la anciana danzaron juntos, riendo y soñando, hasta que el cielo se llenó de destellos de luz deslumbrante.

De repente, Juan sintió una suave brisa que lo envolvía. Lila le sonrió y le dijo: «Es tiempo de regresar, pequeño soñador. Pero guarda este momento en tu corazón, donde siempre será un refugio».

Así, con la luz del alba asomando por el horizonte, Juan despertó en su cama. Sin embargo, algo había cambiado. En su pecho latía la certeza de que cada noche, al cerrar los ojos, volvería a ese bosque encantado, donde los sueños se entrelazan y la magia nunca se apaga.

Y así, Juan sonrió, listo para soñar una vez más.



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