En un pequeño pueblo enclavado entre verdes praderas y cielos azules, donde el sol brillaba como una moneda dorada, vivía una niña llamada Valeria. Tenía el cabello negro como la noche y ojos del color del océano. Valeria era conocida por su curiosidad sin límites y su espíritu aventurero.
Un día, mientras exploraba el bosque cercano, tropezó con un sendero cubierto de flores brillantes que nunca había visto antes. Las flores parecían susurrar, invitándola a seguir adelante. Intrigada, Valeria decidió seguir el camino, que la condujo a la base de una montaña altiva, cuyas cumbres estaban siempre envueltas en un misterioso velo de nubes.
Allí conoció a un viejo y sabio guardián llamado Don Ramón, quien había vivido en la montaña durante más de cien años. Sus arrugas parecían contar mil historias, y en sus ojos centelleaban destellos de magia.
– ¡Bienvenida, Valeria! – exclamó con una voz profunda como el retumbar de un trueno. – Esta montaña guarda un secreto que solo los corazones puros pueden descubrir. ¿Estás dispuesta a conocerlo?
Valeria, llena de emoción, asentó con la cabeza. Don Ramón la llevó hasta una cueva oculta tras una cascada de agua cristalina. Allí, en el interior de la cueva, brillaba un enorme cristal que emanaba un resplandor suave y acogedor.
– Este cristal es el corazón de la montaña – explicó el anciano -. Tiene el poder de conceder un deseo a quien lo encuentre. Pero hay una condición: el deseo debe nacer del amor y la bondad.
Valeria se quedó maravillada. Cerró los ojos y pensó en lo que más anhelaba. En lugar de pedirse a sí misma un regalo, su corazón pensó en su amiga Lucia, que siempre había tenido dificultades para sonreír. Valeria deseaba que Lucia pudiera encontrar la felicidad.
De repente, el cristal brilló intensamente, llenando la cueva de luz. Don Ramón sonrió y dijo:
– Tu deseo proviene de un corazón noble, Valeria. La magia de la montaña lo escuchará.
Valeria salió de la cueva con una luz nueva en su corazón. Poco a poco, los días pasaron, y la risa de Lucia empezó a resonar con más frecuencia, como notas de un hermoso canto. La magia del deseo había florecido en su vida.
Valeria y Lucia exploraron juntas el bosque, pasaron tardes haciendo flores de papel y soñando en grande. La montaña mágica, oculta entre nubes, había revelado su secreto más hermoso: el verdadero poder del corazón.
Y así, Valeria aprendió que el amor, al igual que los árboles que crecen hacia el cielo, siempre florece en las almas que lo comparten.