El niño y los clavos

El niño y los clavos

El niño y los clavos

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde el canto de los pájaros se entrelazaba con el murmullo del río, vivía un niño llamado Lucas. Lucas era un soñador, siempre con la mirada perdida en las nubes que pasaban por encima de su cabeza, imaginando aventuras más allá de lo que sus ojos podían ver.

Cierto día, mientras exploraba el desván de su abuela, Lucas encontró una caja de madera, cubierta de polvo y telarañas. Intrigado, la abrió y descubrió dentro un puñado de clavos de diferentes tamaños, brillantes como pequeños tesoros. La abuela, al verlo tan emocionado, le dijo:

“Estos clavos son muy especiales, querido. Cuentan que tienen el poder de construir no solo cosas, sino también sueños.”

Con una chispa de curiosidad en sus ojos, Lucas decidió jugar con esos clavos. Al principio, clavó uno en un trozo de madera que encontró y, al instante, se formó ante él una pequeña casita. Lucas, maravillado, la decoró con hojas y flores, y al soplar suavemente, la casita cobró vida, caminando por el jardín.

Encantado por su descubrimiento, el niño se convirtió en un hábil constructor de mundos. Clavaba un clavo, y de allí nacían exuberantes jardines llenos de risas; otro clavo traía a los dinosauros a jugar a su lado, y un tercero hacía que los colores del arcoíris danzaran en el cielo. Cada día, Lucas se sumergía en nuevas aventuras, creando universos donde la imaginación no tenía límites.

Sin embargo, llegó un día en que la tristeza de un amigo lo atravesó. Sofía, la niña del pueblo, había perdido su sonrisa, ahogada por la pesadez de un mal día. Lucas corrió hacia ella, con un clavo brillante que había conservado, y le dijo:

“Sofía, vamos a construir algo hermoso. Un sueño que brille más que cualquier tristeza.”

Y así, juntos comenzaron a clavar. Con cada golpe que daban, surgía un nuevo color, una nueva risa, hasta que finalmente, del último clavo brotó un enorme mural de colores vibrantes que narraba sus aventuras y sueños, iluminando el pueblo entero. La risa de Sofía regresó, y su sonrisa se convirtió en un verdadero sol que brillaba en sus corazones.

Desde aquel día, Lucas entendió que los clavos no solo construían casas de madera, sino también puentes entre los corazones de las personas. Con cada nuevo amanecer, seguía creando, no solo para él, sino para todos los que deseaban un poco de magia en sus vidas, porque un sueño compartido es un sueño que alcanza las estrellas.



Elige y sigue leyendo cuentos cortos