El niño que perdió la pelota

El niño que perdió la pelota

El niño que perdió la pelota

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Había una vez en un pequeño barrio de colores vivos, un niño llamado Lucas, que tenía una pelota roja brillante como un tomate maduro. Lucas amaba su pelota más que a nada en el mundo, ¡incluso más que a los lápices de colores y las galletas de chocolate de su abuela!

Un soleado día de verano, Lucas salió a jugar al parque con su amiga Valeria. Juntos corrían tras la pelota, riendo como si el viento les contara chistes secretos. De repente, en un momento de magia pura, Lucas lanzó la pelota al aire con todas sus fuerzas, y esta, en vez de caer suavemente, comenzó a rodar y rodar, como si tuviera vida propia.

La pelota se escapó, saltando por la vereda, hacia un jardín lleno de flores danzarinas. Lucas y Valeria, llenos de curiosidad, decidieron seguirla. Atravesaron un arbusto de rosas que, como guardianes de un tesoro, les susurraban: «Cuidado, pequeños aventureros, un mundo inesperado les espera”.

La pelota finalmente se detuvo en un bosque encantado, donde los árboles se mecían al compás de una melodía dulce. Lucas y Valeria, emocionados, vieron que la pelota había reunido a un grupo de criaturas mágicas: un zorro con abrigo de estrellas, un pato con una pluma arcoíris y una tortuga que solucionaba acertijos.

“¡Hola, pequeños!” saludó el zorro, con una voz suave como el terciopelo. “Nos han traído una pelota que brilla como el sol. ¿Quieren jugar con nosotros?” Lucas asentía con una sonrisa, y Valeria, extasiada, comenzó a dar saltos de alegría.

Así, jugando y riendo, se olvidaron del tiempo. Lanzaron la pelota, que se convirtió en un meteoro fugaz que iluminaba los corazones de todos. Los árboles aplaudían con sus hojas, mientras el pato hacía trucos divertidos, y la tortuga contaba historias de sueños perdidos y hallados.

Pero, al caer el sol, llegó el momento de regresar. Con cierta tristeza, Lucas se acercó a la pelota. “Gracias por este día tan mágico”, dijo con sinceridad. La pelota, que había escuchado cada palabra, empezó a brillar aún más.

“No te preocupes, amiguito”, dijo la tortuga con una sonrisa. “Cada vez que sientas que me has perdido, solo mira al cielo. Estaré en cada estrella, recordándote nuestras aventuras.”

Y así, al despedirse, Lucas y Valeria regresaron a su barrio, el corazón latiendo de alegría y sueños. Desde aquel día, miraban las estrellas cada noche, sabiendo que su pelota roja aventurera siempre estaría brillando más allá, en el vasto universo, esperando nuevos juegos y nuevas historias que contar.



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