El explorador y el planeta viviente

El explorador y el planeta viviente

En la lejanía del cosmos, en un rincón olvidado entre estrellas titilantes, se encontraba el planeta Zorath, un mundo vibrante de colores desbordantes y formas que desafiaban la lógica. Su atmósfera chisporroteaba con un resplandor iridiscente, como sí las auroras se hubieran apoderado del cielo en un constante juego de luces. Fue allí donde viajaba Eloy Álvarez, un explorador obsesionado con descubrir lo inimaginable.

Eloy, de porte ágil, había surcado galaxias a bordo de su nave, El Pionero, y había recolectado mil y un maravillas, cada una más extraña que la anterior. Pero nada lo había preparado para Zorath. Desde el primer instante en que aterrizó, sintió que el planeta respiraba. No era solo un lugar; era un organismo vivo en constante diálogo con el universo.

Mientras caminaba por sus suaves llanuras de esmeralda, Eloy se encontró rodeado de flores que no solo danzaban al ritmo del viento, sino que también susurraban secretos antiguos. Con cada paso, la tierra parecía palpitar bajo sus pies, como si las raíces de Zorath lo reconocieran y lo invitaban a unirse a su existencia.

“¿Quién eres?”, murmuró una voz suave, tan melódica que era casi un canto. Se detuvo en seco. Frente a él, una forma humanoide, hecha de lo que parecía energía pura, se materializó entre las luces danzantes y las sombras sutiles. “Soy Lastra, custodio de este mundo viviente.”

Intrigado, Eloy sintió una conexión instantánea. “Soy Eloy, un viajero del espacio que anhela descubrir lo que su mente no puede imaginar. ¿Pero qué significa que tu planeta sea viviente?”

Lastra sonrió, y en su sonrisa, Eloy vio el vasto repertorio de un mundo antiguo. “Zorath es nuestra alma. Nos interconectamos, intercambiamos sentimientos, pensamientos, sueños. Aquí, cada ser tiene un propósito: la vida se despliega en un ciclo eterno de creación y transformación. ¿Entiendes el poder de la empatía, Eloy?”

En ese instante, Eloy sintió una oleada de recuerdos y emociones. Visiones de su niñez, risas compartidas, la calidez de una mano amiga le inundaron el ser. “He olvidado lo que se siente ser parte de un todo”, pronunció con la voz ahogada. Lastra lo miró con comprensión.

“Cada viajero busca en el exterior lo que no puede hallar en su interior. Permíteme mostrarte lo que significa ser un actor en esta danza”, dijo Lastra, extendiendo una mano resplandeciente.

Sin vacilar, Eloy tomó su mano y se sintió como si estuviera flotando. Zorath lo envolvió en una sinfonía de colores y sonidos. A medida que sus corazones latían al unísono, se adentraron en el eco de los sueños de los árboles, en las risas de los ríos que tejían historias y en los abrazos de las nubes, que eran guardianes de secretos. Por un momento, el tiempo no tenía significado y el universo entero se reducían a la esencia de ellos dos, unidos por una energía vibrante.

Emergiendo de esa experiencia transformadora, Eloy comprendió que cada paso sin rumbo había sido una búsqueda de conexión. “¿Cómo puedo llevarme esto conmigo?” preguntó, incapaz de concebir abandonar tal maravilla.

Lastra sonrió de nuevo, con una sabiduría que parecía atravesar milenios. “Llévate el amor que habita en ti y el deseo de compartirlo. Aquí, en Zorath, ya no estás solo. Cada vez que lo necesites, recuerda que el vínculo no se desvanece. Solo se transforma.”

Eloy regresó a su nave, su corazón lleno de una nueva luz. Al elevarse y mirar hacia el vibrante planeta que tanto le había enseñado, prometió regresar, llevando consigo la fragancia del amor en cada rincón del cosmos.

Así, comenzó un nuevo viaje; no a través de las estrellas, sino hacia el interior de sí mismo y hacia la esencia viva de cada ser que habitaba en el vasto universo, donde el amor nunca sería un destino, sino siempre un camino.



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