El enigma de la ciudad submarina

El enigma de la ciudad submarina

En un rincón lejano del Caribe, allá donde el sol baña las aguas con destellos dorados, existía una pequeña isla llamada Coralina. En sus costas, niños de risa contagiosa jugaban en la arena blanca, mientras sus abuelos relataban historias de antiguas leyendas. Entre ellos, dos amigos inseparables, Luna y Miguel, tenían un secreto: ¡soñaban con explorar el océano!

Una mañana radiante, mientras el brillo del sol parecía dibujar arcoíris sobre el mar, Luna descubrió un viejo mapa en el desván de su abuela. “¡Mira, Miguel! Este mapa señala algo increíble: ¡una ciudad submarina!” exclamó, sus ojos resplandecían como estrellas. Miguel, con su curiosidad desbordante, no dudó en seguirla hasta la orilla.

Después de construir un pequeño buey de madera, se lanzaron al agua. Con cada remada, el mar les susurraba secretos, y las caracolas parecían encantarles con melodías mágicas. De repente, un destello brillante emergió en el horizonte, como si las olas separaran el velo del misterio. “¡Allí está!” gritó Miguel mientras señalaba una silueta resplandeciente bajo el agua.

Lo que encontraron fue más sorprendente de lo que jamás imaginaron: una ciudad hecha de corales de mil colores, esculturas de peces danzantes y unas torres que se alzaban como centinelas del océano. Maravillados, los niños se sumergieron, sintiendo que el agua les abrazaba cálidamente, como si los invitara a descubrir un mundo nuevo.

Mientras exploraban las callejuelas de la ciudad, se encontraron con criaturas asombrosas: un delfín llamado Ondino, que hablaba con voz suave, y una tortuga anciana llamada Margarita, que conocía la historia de cada rincón de la ciudad. “¿Buscan algo especial?” preguntó Margarita, mientras su caparazón relucía como plata bajo la luz del sol que se filtraba por las aguas.

“Queremos saber quién construyó esta ciudad y por qué está escondida,” contestó Luna con su voz llena de asombro. Ondino y Margarita intercambiaron miradas cómplices. “Oh, pequeña, esta ciudad fue creada por los sueños de los niños que alguna vez jugaron en la orilla, así como ustedes. Pero para que continúe brillando, necesitan encontrar el corazón de Coralina: una perla mágica que se ha perdido desde hace mucho tiempo”, explicó Ondino, señalando hacia las profundidades.

Emprendieron la búsqueda con entusiasmo, atravesando praderas de algas y bosques de anémonas, enfrentándose a desafíos que pondrían a prueba su valentía. Se deslizaron por túneles secretos y desenredaron acertijos antiguos, hasta que, al fin, encontraron la perla, resplandeciendo justo en el centro de un enorme pulpo de colores vibrantes que dormía en una cueva.

“¡Despierta, viajero de los sueños!” clamó Miguel, mientras Luna brillaba de emoción. El pulpo, con ojos grandes como platos, se estiró lentamente y les sonrió. “¿Por qué desean la perla?” preguntó con voz profunda y melodiosa. “Queremos que la ciudad siga brillando, porque así, nunca dejaremos de soñar”, respondieron los dos niños al unísono.

Impresionado por su valentía y deseo puro, el pulpo les entregó la perla brillante. “Llévenla a la superficie y háganla brillar en el cielo, así la ciudad nunca será olvidada”, sentenció antes de regresar a su profundo sueño.

Cuando los niños emergieron a la luz del día, colocaron la perla en el centro de Coralina, donde el sol la tocó suavemente. Una lluvia de colores estalló en el cielo, y todos los habitantes de la isla salieron, maravillados, a admirar la danza de luces. Desde ese día, la ciudad submarina floreció con vida, y los sueños de los niños continuaron inspirando a todos los que vivían cerca del mar.

Y así, bajo el inmenso azul, un desafío entre amigos se convirtió en el más bello de los secretos, recordándoles siempre que la verdadera magia reside en los sueños compartidos.



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