El dragón de las palabras

El dragón de las palabras

El dragón de las palabras

En un pequeño pueblo al borde de un frondoso bosque, donde las estrellas danzaban cada noche como mariposas de luz, vivía una niña llamada Valeria. Valeria tenía una imaginación tan vasta que a veces creía haber escuchado el susurro de los árboles, que contaban secretos antiguos sobre dragones y aventuras.

Un día, mientras exploraba el bosque en busca de flores mágicas, Valeria encontró una cueva oculta tras una cascada espumosa. El interior brillaba con un fulgor desconocido, y allí, entre piedras preciosas y restos de pergaminos polvorientos, se encontraba un dragón de escamas irisadas. Su mirada era profunda, como un océano lleno de historias, y su aliento olía a tinta fresca.

“Hola, pequeña aventurera”, dijo el dragón con voz suave y melodiosa, como un canto de ríos. “Soy Lirael, el dragón de las palabras. Cada día, cuento historias que dan vida a los sueños de quienes me escuchan. Pero, oh, estoy en un gran apuro.”

“¿Por qué?”, preguntó Valeria, fascinada y preocupada al mismo tiempo.

“Mis palabras se están desvaneciendo. Cada vez que alguien deja de contar historias, mis mágicas scamas pierden su brillo. Necesito un corazón valiente que me ayude a recuperar la magia de las palabras.”

Valeria no lo dudó un instante. “¡Cuentame, Lirael! ¡¿Qué podemos hacer?!”

“Deberás viajar por los alrededores y encontrar a los contadores de historias. Cada uno de ellos guardará una palabra mágica que podrás reunir. Con esas palabras, yo recuperaré mi brillo y el poder de crear nuevas aventuras.”

Con un mapa dibujado en una hoja de oro que el dragón le dio, Valeria partió al amanecer. Primero visitó a la abuela Elena, que siempre tenía un relato a flor de labios. “El vuelo de los gorriones”, compartió la abuela mientras la brisa danzaba a su alrededor. “Toma, niña, esta palabra: ‘Libertad’.”

Siguió su camino hasta el pueblo, donde encontró a un anciano llamado Ramón. Con voz temblorosa, él le narró la epopeya de los valientes navegantes. Cuando terminó, le entregó la palabra: “Aventura”.

Por último, se detuvo en la sombra de un viejo roble, donde una niña llamada Sofía contaba cuentos a las nubes. Con una sonrisa traviesa, le dio su más preciada palabra: “Sueño”.

Valeria corrió de regreso a la cueva, con su corazón rebosante de palabras. Al llegar, Lirael la esperaba ansioso. Las palabras danzaron en el aire mientras Valeria las pronunciaba: “Libertad, Aventura, Sueño”.

En un resplandor de colores jamás vistos, el dragón comenzó a brillar, su cuerpo se convirtió en un arcoíris tangible, y entonces, creó una nube de letras que flotó en el aire. Valeria, maravillada, vio cómo las letras se unían formando cuentos nuevos, cada uno más vibrante que el anterior. Al final, el dragón le sonrió, su voz llenaba la cueva con un eco feliz.

“Gracias, Valeria. Has devuelto la magia a las palabras. Ahora, cada niño del mundo podrá escuchar nuevas historias. Acompáñame, juntas volaremos al horizonte de los cuentos.”

Y así, Valeria subió sobre el dorado lomo de Lirael, mientras el dragón elevaba el vuelo, llevándola hacia tierras donde las historias nunca terminan y las palabras siempre brillan. Desde aquel día, la niña siguió aprendiendo y creando historias, siempre recordando que en cada palabra reside la verdadera magia.



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