El conejo y la estrella brillante

El conejo y la estrella brillante

En un rincón del bosque, donde las flores aullaban dulces melodías al viento, vivía un pequeño conejo llamado Bruno. Tenía un pelaje suave como el terciopelo y ojos brillantes que reflejaban la luz del amanecer. Cada noche, después de saltar y jugar entre los arbustos, Bruno se acomodaba en su suave camita de hojas, mirando al cielo estrellado, soñando con aventuras más allá de su hogar.

Una noche, mientras la luna tejía plata por el sendero, Bruno vio algo especial: una estrella brillante que titilaba con un fulgor inusual. La estrella parecía bailar, llamándolo a unirse a su vals celestial. Intrigado, el pequeño conejo decidió que esa noche, exploraría el misterioso sendero que conducía hacia la colina más alta, donde la estrella parecía apoyar su brillante pie.

Con un salto lleno de esperanza, Bruno se adentró en la noche oscura. Los árboles susurraban secretos, y las sombras de los animales nocturnos lo acompañaban en su travesía. Al llegar a la cima de la colina, el aire estaba impregnado de un fresco eufonioso. Allí, la estrella brillaba como nunca antes, radiante y mágica.

“Hola, pequeño saltarín”, dijo la estrella con voz suave, como un suave murmullo de viento. “He estado observando tu valiente corazón y tus dulces sueños. ¿Te gustaría venir a jugar conmigo por un ratito?”

Bruno, emocionado, no podía creer lo que oía. “¡Oh, sí, estrella brillante! Siempre he querido danzar entre las nubes y tocar la luna!”

La estrella, con un destello chispeante, extendió un rayo luminoso que envolvió al conejo en un abrazo cálido. En un instante, Bruno comenzó a elevarse, sintiéndose ligero como una pluma mientras surcaba el cielo estrellado. Saltaba de nube en nube, riendo a carcajadas mientras creaba un sinfín de formas en el aire: un dragón, una flor, una guitarra que sonaba en cada giro.

Pasaron horas que parecieron minutos, y allí, en la inmensidad del cosmos, Bruno entendió que los sueños pueden volar tan alto como uno se atreva. La estrella giraba a su lado, compartiendo risas en un tango entre estrellas fugaces.

Pero, como toda mágica aventura, llegó el momento de regresar. La estrella, con su luz cálida, susurró: “Siempre que mires el cielo, recuerda que cada estrella es un sueño esperando ser tocado. Y si alguna vez deseas volver, aquí estaré, brillando solo para ti.”

Al volver a su hogar, Bruno se acomodó en su camita de hojas con el corazón palpitante de alegría y un brillo especial en sus ojos. Desde aquella noche, cada vez que cerraba los ojos, soñaba con saltar entre las estrellas, sabiendo que la estrella brillante siempre lo esperaría, iluminando su camino en la oscuridad.

Y así, en sus dulces sueños, el pequeño conejo siguió danzando, mientras el silencio del bosque lo abrazaba en un cálido sueño de estrellas.



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