El ciervo y el bosque encantado

El ciervo y el bosque encantado

En un rincón olvidado del mundo, donde las brisas susurraban secretos y las estrellas parecían danzar entre las ramas, vivía un ciervo de suaves astas llamado Elio. Sus ojos, dos luceros relucientes, reflejaban el misterio del bosque encantado que lo rodeaba: un lugar de vegetación exuberante, donde la magia tejía su destino como la luz filtra entre las hojas.

El día en que el sol rompió el alba, Elio decidió explorar un sendero al que nunca se había atrevido a acercarse. Con cada paso que daba, el aroma de las flores silvestres lo envolvía, despertando un anhelo por descubrir lo desconocido. Las mariposas danzarinas lo guiaban, siguiendo su vuelo errático como si fueran silbidos de felicidad.

Pronto, llegó a un claro donde el aire vibraba con una energía luminosa. Allí, a la sombra de un antiguo roble, encontró a Ana, una joven que tenía el don de conversar con los seres del bosque. Su risa era un eco de campanitas y su mirada destellaba curiosidad. Elio, asombrado, se acercó cautelosamente.

“Hola, noble ciervo”, dijo Ana, su voz suave como un arroyo. “¿Te gustaría conocer el secreto del bosque encantado?” Elio, con la emoción palpante en su pecho, asintió. Ana extendió su mano hacia un brote resplandeciente que florecía en el suelo.

“Este es el corazón del bosque”, explicó. “Cada mil flores que aquí brotan albergan un deseo. Pero sólo aquellos con un espíritu puro pueden hacer realidad uno.”

Elio, emocionado, cerró los ojos y acarició el brote con su asta. En su mente, nació un deseo sencillo: “Quiero que todos los seres del bosque vivan en armonía y alegría”.

Así, el brote se iluminó con un fulgor radiante y se alzó hacia el firmamento, expandiendo una luz que atravesó cada árbol, cada arbusto y cada criatura. Los pájaros cantaron melodías antiguas, y los ríos se unieron en un murmullo jazzístico que celebraba la unión del bosque.

Poco a poco, Elio sintió que sus patas se movían al compás de la música, y así, condujo a todos los animales a un baile inesperado. La zorra, el búho, las ranas y hasta la tímida araña se unieron a la fiesta, dejando de lado las viejas rencillas y encontrando un sabor nuevo en la amistad.

Desde aquel día, el bosque se convirtió en un lugar de risas y danzas interminables, donde cada atardecer era un festival de colores, y cada amanecer, un canto a la vida. Elio se convirtió en el guardián de esa alegría, y Ana, su inseparable amiga, jamás dejó de compartir historias de luz y amor con los habitantes del bosque encantado.

Así, entre risas y sueños, Elio descubrió que la verdadera magia reside en brindar felicidad a quienes te rodean, haciendo vibrar los corazones en un único latido de armonía y felicidad.



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